Alteridad 6

alteridad-1Salí de Nueva York el 4 de mayo. Después de pasar por Charlote y Nueva Orleans, ahora dejo Eagle Lake por la estatal 90. Pedaleo en tandas de cuatro horas y descanso en estaciones de gasolina o en pueblos abandonados y regados aún con carteles de la última elección presidencial. Antes de que anochezca levanto la carpa a unos metros de la carretera y preparo una comida a base de enlatados. Temo que de madrugada un camión me arrolle, así que dejo encendida una barra de luz fluorescente y me despierto cada dos horas a orinar. El cielo está siempre abierto y los mosquitos llegan en bandada y merodean por mis piernas y brazos desnudos y yo les apunto y disparo en círculos  con el chorro de orina caliente. Todos los tópicos del gran espacio norteamericano son ciertos y en el insomnio escribo largas parrafadas que después me daré cuenta son un plagio inconsciente de Kerouac y Navokov.

Alteridad 1 copia

En el hostal, a las afueras de Cabourg, norte de Francia, me encargo de servir el desayuno buffet que consta de huevos duros, tostadas, mermelada de arándanos y café con leche. Leo en un banco del patio libros abandonados por los huéspedes hasta la hora del almuerzo y en las tardes recojo los tendidos sucios y los meto en la lavadora industrial que hay en el sótano. Espero a que termine el ciclo leyendo y, una vez termina, salgo al patio y cuelgo las sábanas a sol y viento. Entre la lencería blanca jugueteo con la chica rusa de la recepción que sale y fuma un cigarrillo a eso de las 5. Siempre me ofrece uno, yo lo rechazo y nos ponemos a hablar mal de los turistas sucios y borrachos. La tarde del 21 de junio, la más larga del año, la rusa se acerca y me susurra que pase por su habitación. Es de noche cuando desvestida me pide que le lama los pies. Obedezco, me seduce el olor tóxico de la pintura negra de sus uñas.

Alteridad 2 copia

Mi director me afana para que antes de otoño le entregue una nueva versión de la tesis donde desarrolle más el carácter amoral de los personajes flaubertianos. En vez de escribir, y apurado por el calor que hace en mi estrecho cuarto barcelonés, me escapo a las montañas francesas con E., que terminó hace poco con su novio. En las mañanas nos quedamos en la cama leyendo, ella ojea la poesía de Houellebecq y yo las obras completas de Bataille. No logramos leer más de 15 minutos seguidos.

Alteridad 3 copia

Me quedé un par de días con mis tíos en su apartamento de Kawagoe, una pequeña ciudad a hora y media de Tokyo. No había espacio para la colchoneta sino en la cocina y de noche vi pasar filas de ratones pequeños con migas de pan en los bigotes. Salí apurado, con la excusa de conocer la capital, y ahora malvivo comiendo arroz envuelto en algas en un hotelucho donde no hay ratones sino ratas del tamaño de chihuahuas. Intento escribir, pero las palabras no salen y paso la mayor parte del tiempo leyendo y releyendo a Proust en español y francés. Cuándo se me acabe la plata, me digo, me voy como polizón en un carguero rumbo a Manila donde daré clases de español a cualquiera con ganas de redescubrir su herencia colonial.

Alteridad 4 copia

De la revista me encargaron un reportaje sobre las casas de pique, me dieron un tiquete de avión y el nombre de un taxista, Miguel Sánchez, que me estaría esperando en el aeropuerto. El camino fue largo y silencioso. Sánchez no abrió la boca sino para preguntar si el aire acondicionado estaba muy fuerte. Me gustan las cosas así, a todo o nada, dijo antes de coger la carretera. El hotel no es en realidad un hotel sino una casa de un piso con cinco cuartos estrechos y calurosos. El mío, el quinto, tiene un baño que da al patio y por donde se entran todo tipo de bichos. Salgo de mañana, antes de que el sol se alce en el cielo y recorro las calles serpenteantes, sin pavimentar y llenas de niños, motos y basura. Nadie quiere hablar, desconfían de mi acento bogotano, y no puedo pegar los ojos de noche. Antes de acostarme intento conversar con Ernesto, el dueño del hotel, de vientre y ojos hinchados. No dice mucho, sólo que las cosas se ponen buenas de noche, sólo de noche, dice y veo a la calle sin alumbrado público y escucho el río a lo lejos. Me voy a la cama temiendo amanecer descuartizado y con los ojos aún vivos. No puedo volver sin el artículo, que ya me pagaron, así que escribo un par de mentiras macabras que disfrazo con descripciones del paisaje local. Mando el borrador y mi editor responde: el reportaje será todo un éxito.

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Llegué el martes a Punta Arenas con la esperanza de embarcarme a Cabo de Hornos. Los ferris salen los lunes por la mañana, así que espero dando vueltas por las calles estrechas que cuelan la brisa para embutirla de un solo tajo en los huesos. Los días son cortos y fríos y me convenzo cada vez más de que debí haber venido en verano. Compro un par de artesanías locales y paso el tiempo en las tabernas donde el tango y el vino corre por los entresijos de las baldosas. El anuncio de una tormenta obliga a la clausura del puerto y, sin opciones, me quedo en el hotel vacío que mira al mar y donde leo a Proust y a Melville. Descubro las bondades del mate y de una chimenea en la habitación. Por fin puedo escribir.

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Publicado originalmente en El Espectador.

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