Nieve de agosto

Es la luz de la mañana que veo sentando en la mesa del château la que me hace desear de nuevo, al verla caer sobre las migas de pan, las copas con pozo de vino y el queso mordisqueado por roedores, los cuerpos de esas dos mujeres como si fueran uno solo. Sophie y Rachel. Las imagino frente a mí, desnudas y formadas una después de la otra a la luz de agosto, a gusto en el calor suave de la tarde sin apenas percatarse de que las moscas revolotean a su alrededor y se detienen en sus hombros viscosos, en sus labios rojos y entreabiertos, en sus pechos, cada uno tan distinto. Continue reading “Nieve de agosto”

Octavio

—¿Qué haces con Octavio si te sale la beca?

—Tú le gustas —dijo buscando la correa debajo de la cama.

Lo vi ponerse la sudadera a la luz de la mesa de noche cuando sonó el teléfono. Camilo habló en monosílabos y yo no dejé de mirar a la puerta. Del otro lado, el perro no paraba de ladrar y aruñar.

—¿Cuándo? —preguntó con los labios secos.

Me hundí en las cobijas con el afán de que Camilo hiciera lo mismo y me abrazara, pero en cambio colgó, abrió la puerta y dejó entrar a Octavio.

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Cosas, las nuestras

Este cuento fue publicado en la revista Matera número 16.

El control está en la mesa de noche junto a un iPad, la revista Ámbito Jurídico y un vaso de agua con submarinos de ponqué Gala. Antes de la puerta ventana del balcón hay un sillón forrado en cuero sintético y sobre el asiento mullido un gajo de hojas impresas con anotaciones al margen. “Sobre la sentencia T-967/14 de la Corte Constitucional”, firma Silvia Sánchez. Arriba una serie de repisas penden con libros, la mayoría sobre política internacional, sin abrir, y un par de volúmenes sobre la sexualidad y paternidad con las primeras páginas subrayadas en resaltador amarillo.

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Al sol del medio día (Black and Yellow)

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El sol casi ha bajado por completo y ahora se impone una oscuridad azul manchada por los focos amarillos de los carros. ¿Dónde se encienden las luces? Tantea el tablero, pero sólo consigue activar el limpiabrisas que raya el panorámico con el polvo acumulado en la tarde. Un camión la cega y deja de distinguir cuál es el límite entre la carretera y el abismo. En vez de frenar, aumenta la velocidad girando unos centímetros a la derecha. Siente que pasa sobre un bulto o un hueco y acelera un poco más. Cuando el camión está detrás suyo, respira aliviada dudando si llevarse el gato a casa de G. Teme, como le han dicho, que no se adapte al nuevo hogar, huya y lo atropellen en la avenida.

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Alteridad 6

alteridad-1Salí de Nueva York el 4 de mayo. Después de pasar por Charlote y Nueva Orleans, ahora dejo Eagle Lake por la estatal 90. Pedaleo en tandas de cuatro horas y descanso en estaciones de gasolina o en pueblos abandonados y regados aún con carteles de la última elección presidencial. Antes de que anochezca levanto la carpa a unos metros de la carretera y preparo una comida a base de enlatados. Temo que de madrugada un camión me arrolle, así que dejo encendida una barra de luz fluorescente y me despierto cada dos horas a orinar. El cielo está siempre abierto y los mosquitos llegan en bandada y merodean por mis piernas y brazos desnudos y yo les apunto y disparo en círculos  con el chorro de orina caliente. Todos los tópicos del gran espacio norteamericano son ciertos y en el insomnio escribo largas parrafadas que después me daré cuenta son un plagio inconsciente de Kerouac y Navokov.

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Bechamel

 

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—Los vi en esa película —dijo Juana mientras su hermano colgaba la chaqueta en el perchero—. ¿Camila sigue así de delgada?

Se dejó llevar hasta la cocina y saludó a su amiga que estaba con media cabeza dentro del horno y acomodaba unas hileras de masa blanca sobre una bandeja de metal. Sí que seguía flaca, ya casi sin culo, pero se veía increíblemente regia.

Se dieron un beso en la mejilla. Camila no paraba de sonreír mientras hablaba de lo complicado que era hacer pan casero.

—Tengo que darte la receta —dijo poniéndole una mano en el hombro como hacía antes cuando eran compañeras de universidad y ella le explicaba las declinaciones de griego clásico.

Sergio dejó en el mesón los baguetes que Juana había traído y evitó la mirada de su esposa.

—Desde que no vivas con la cabeza dentro de horno… —intentó bromear con su amiga.

Hubiera comprado flores o chocolates. Un vino hubiera sido una elección más apropiada y lamentó saber tan poco de cata.

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Diez por ciento

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—Me llamo Miguel —dijo tendiéndonos una tarjeta con su nombre y cargo—, vine a hacer una inspección.

Apenas le puse cuidado, la firma del contrato no podía pasar de esa noche.

—¿Dónde puedo encontrar al dueño? —continuó después de que yo le diera la espalda y bebiera un trago de mi cerveza.

—¿De la editorial o del bar? —dije un poco molesto—. ¿Viene de la Cámara del libro?

—Mire, es que pensaba instalarme acá mientras comienza el juicio.

—Instalarse… ¿Qué juicio? —pregunté suspicaz.

—El gran juicio —dijo Miguel ajustándose las solapas de la chaqueta.

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El fisgón

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Primer capítulo de la novela El fisgón presentada como tesis en el Master de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, en septiembre de 2014. Dirigida por Jorge Carrión.   

—¿Sí ve esos carteles que están allá arrimados? —dijo señalando con la boca—. Pues todas esas me las he visto.

—Yo también me he visto casi todas, acá y en otros lados.

—¿Qué tamaño prefiere?

—Deme el cucurucho grande. Sí, ése.

—Hoy presentan una película de Brando después de ésta —dijo arrastrando la montaña de palomitas de maíz con el cucurucho—. ¿Vio el cartel? Hágame el favor esa hembrita.

—Ese cartel lo hizo un amigo mío.

—Qué va, ¿en serio?

—Cuando lo vea fíjese en la firma. Debe decir Richie justo debajo de la Torre Eiffel.

—¿Richie?

—Sí, por Richie Ray.

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Enfermedad (en rojo)

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Capítulo de la novela Variaciones, tesis del pregrado de Literatura de la Universidad de los Andes, odiada con razón por su directora Carolina Sanín y salvada con piedad por sus lectores Mario Barrero y Francia Goenaga. Variaciones fue publicada en forma de folletín en el mes de agosto de 2013 en un blog de Tumblr y leída por un corto séquito de amigos. Hoy sólo se consigue en lo más profundo de la Deep Web.  

El inicio fue un aura, un punto minúsculo de luz incandescente, casi imperceptible, un marranito enrollado de electricidad. Recuerdo estar viendo hacia el tablero en una aburrida clase de Química. Me percaté del punto y no pude sino mover la cabeza a ver si el punto se movía conmigo o se quedaba donde yo lo había visto.  El punto siguió el movimiento de mis ojos por entre la ce del carbono y la o del oxígeno y por los subnúmeros atómicos y resultados que no lograba comprender. Con los minutos el punto de luz creció y las ecuaciones ya no fueron legibles y la electricidad que manaba de él me incitaba a vomitar, allí en el salón de clases entre los compañeros que recitaban mecánicamente los resultados de ecuaciones que, estaba seguro, no entendían como así mismo yo no las entendía. Temí lo peor, ¿me estaba quedando ciego? Y los minutos pasaron y yo cerraba los ojos por momentos y dejaba de poner atención a Patricia, la profesora crespa y de culo redondo como las os del oxígeno, y de repente, la luz, que había crecido al punto de tomarse todo el ojo izquierdo, se detuvo y se fue el malestar y las náuseas y fui paz.

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